quarta-feira, 11 de julho de 2018

O que Cuba continua pensando do Brasil e da América Latina...




El jueves 5 de abril del 2018 el juez Sergio Moro redactó la orden de detención del ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva. El Tribunal Superior rechazó un habeas corpus presentado por su defensa con el propósito de evitar la orden de detención emitida por el juez.
Lula fue condenado sobre la base de rumores, sin pruebas, tras un proceso judicial anómalo, cargado de parcialidad. El pronunciamiento judicial y la orden de detención contra Lula, constituyen una clara proscripción política de un candidato popular.
Como si no bastara, el jefe del ejército amenazó a los jueces del Tribunal Superior con un golpe de Estado clásico, en el caso de que Lula quedara libre.
Durante el siglo XX, se dieron golpes «militares» en América Latina cada vez que la oligarquía al servicio de los monopolios extranjeros y el Gobierno de EE. UU., estimaban que podían estar en peligro sus enormes privilegios y riquezas, el siglo XXI contempla los golpes «cívicos» –parlamentarios o judiciales– (aunque con amenazas latentes de intervención militar) cada vez que esos privilegios son amenazados o restringidos por la acción de gobiernos o líderes populares progresistas.
El encarcelamiento de Lula constituyó el segundo paso del golpe que comenzó con el impeachment a la expresidenta Dilma Rousseff, en el 2016.
El imperio estadounidense, sus aliados, cómplices y servidores necesitan impedir a toda costa el regreso de Lula al poder, para alejar a Brasil del grupo Brics, profundizar la reforma laboral, terminar con la reforma jubilatoria; liquidar a la petrolera estatal Petrobras, privatizar bancos y servicios, acabar con las políticas públicas que beneficiaron a millones de brasileños y profundizar el control de las inmensas riquezas del país.
Liquidar la resistencia y someterla a la dominación del gran capital en el continente, a través del enjuiciamiento y encarcelamiento de las figuras más prominentes de la izquierda u otras acciones elegidas según las características del país, como podemos apreciar en Nicaragua y Venezuela, donde se aplica la llamada guerra no violenta, es la agenda sobre América Latina y el Caribe.
Lula fue, junto a Fidel, Chávez, Correa, Evo y Kirchner, uno de los principales arquitectos de la integración regional, labor de la cual surgió la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y se amplió el Mercado Común del Sur (Mercosur); por tanto, detener este proceso, balcanizar la región, regresar a la época del control absoluto del continente bajo la sombra del águila calva, es parte fundamental del plan imperial.
Un elemento común a tener en cuenta en estos golpes «cívicos», sean suaves o preventivos, parlamentarios o judiciales, es el papel que desempeñan los grandes medios de comunicación, verdaderos partidos golpistas de la derecha. La red O Globo desempeñó un importante papel en la destitución de Dilma Rousseff y en la criminalización, persecución judicial y arresto de Lula da Silva. O Globo es señalada, no sin razón, como la promotora mediática del golpe, la articuladora de las fuerzas de derecha.
Recordemos que durante el gobierno de Salvador Allende, los medios masivos de comunicación desempeñaron un papel fundamental en la campaña de descrédito del Gobierno de la Unidad Popular. Prensa, radio y televisión apoyaron abierta y directamente a la derecha fascista, antes, durante y después del golpe.
El diario chileno, El Mercurio, se colocó al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), previo pago de una cuantiosa cantidad de dólares. Como ocurre hoy en Venezuela con los medios privados, los chilenos cada día despertaban con titulares como: «Crece alarma por desabastecimiento»,
«Inseguridad en las calles», «Aumenta el racionamiento y el hambre». Súmese ahora a la acción de los grandes medios, el uso de las redes sociales articuladas por la derecha continental en un frente común.
Las corporaciones mediáticas «bombardean» a los países víctimas de los golpes o futuras víctimas, con noticias falsas –en Brasil se fabricaron noticias sobre supuestos casos de corrupción relacionados con el partido gobernante– similar a lo que se realiza hoy contra el expresidente ecuatoriano Rafael
Correa y parte del gobierno que lo acompañó.
En tal sentido, la jueza Daniela Camacho emitió, en días pasados, una orden de detención preventiva contra Correa. El expresidente es acusado, del presunto secuestro del exasambleísta Fernando Balda, a pesar de que el abogado del exmandatario, Caupolicán Ochoa, calificó las acusaciones de secuestro y la orden de detención como una persecución política y el propio Correa definió la acción como un complot para encarcelarlo.
Si a todo esto sumamos la reciente visita del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, en su viaje de cuatro días por América Latina, donde se reunió con los presidentes de Brasil, Michel Temer, y de Ecuador, Lenín Moreno, valdría la pena preguntarse: ¿Es este un nuevo intento para articular acciones contra Venezuela, nación frente a la que se han estrellado todas las variantes de golpes, incluso las que en otros países han funcionado?
En el siglo XX fueron los generales, ahora pretenden imponerse los doctores de la mal llamada «justicia» con la que juegan a su antojo constantemente.
Lo cierto es que nada tiene que ofrecer de nuevo la derecha latinoamericana, su agenda es la misma y es simple, sus políticas son claras, su subordinación al imperio es mayor, son más dependientes que hace 15 o 20 años.
La verdad se abre espacio en medio de la niebla y la confusión, y a pesar del Brasil que tanto nos duele, la historia ha demostrado que no se puede engañar a todo el pueblo, todo el tiempo.

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