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- 13/03/16
El comercio sexual que se expande entre las rutas de la Patagonia
Crónicas del nuevo milenio: En Río Turbio
Claudio Andrade
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Doña Vilma permanece sentada en un sillón de tres cuerpos que hace tiempo debió recibir el acta de defunción. Tiene manchas de comida. Orificios provocados por las cenizas de innumerables cigarrillos fumados con indolencia. Enfrente suyo una pantalla de 70’ transmite un partido de la liga española que nadie mira. Viste con cuidada mesura. No carga joyas. Por su rostro de 50 y tantos no han pasado cremas suizas. No parece que la señora, propietaria de cuatro prostíbulos en los que trabajan unas 35 mujeres de distintas nacionalidades en Puerto Natales (Chile), un pueblo pegado a la localidad argentina de Río Turbio (Santa Cruz), sea capaz de facturar un millón de dólares por año.
El vínculo entre los dos pueblos patagónicos es fundacional y se mantiene en pie en distintas formas. El comercio sexual es una de ellas. Todavía hoy la prostitución es una actividad que supera los controles fronterizos. Entonces eran los mineros quienes sostenían la actividad. Bajaban de la mina cargados de billetes y ganas aún espolvoreados de carbón. Apretaban el paso hasta la casa de la madama trasandina pasa saciar deseos acumulados a 700 metros bajo tierra. A 40 años de las mejores épocas de Río Turbio, las “chicas”, como Vilma las llama, siguen cruzando la frontera para buscarse la vida en sus locales. Desde la Argentina no sólo llegan “argentinas simpáticas” sino también colombianas, dominicanas, paraguayas, que se han transmitido unas a las otras el dato de que en el sur se paga más.
La mujer cuenta que se inició en el negocio siendo una adolescente. En esta misma casa, que alberga numerosas piezas, su padre, un comerciante local, tenía un restaurante que se hizo popular en los 50. Le pusieron “Manitos” porque el cocinero tenía manos limpias para cocinar y aun más rápidas para cobrar. Cuando “Manitos” envejeció, ella y sus hermanas acentuaron el hecho anecdótico que venía desarrollándose por defecto: recibir mujeres que cobraban por sus servicios sexuales en las piezas “de arriba”.
Las chicas ya no ocupan esta propiedad enorme que fue integrada a un complejo turístico. Los locales de la señora, que incluyen bar y piezas “al fondo”, se ubican en la parte alta del pueblo turístico. Puerto Natales queda a dos horas del Parque Nacional Torres del Paine. Río Turbio está a 30 minutos en auto. El Calafate a 4 horas. Río Gallegos a 3 y media. Punta Arenas, la capital de la XII Región chilena, a 2 horas. Se trata de un anillo de ciudades por donde la prostitución circula con sorprendente intensidad. No es casual. A la región llegan 400 mil turistas por año. Hay empresas petroleras y mineras operando en medio de la nada. En Río Turbio se encuentra la mega usina eléctrica que emplea a unos 1000 operarios. Obreros, choferes y soldadores de sueldos de entre 50 y 100 mil pesos mensuales, acuden a los servicios que ofrecen las prostitutas de uno y otro lado de la frontera. “Son los mismos gremios los que se encargan de que haya prostitutas en la zona para que los hombres anden tranquilos”, explica un ex soldador de Río Turbio que ahora maneja un remís.
La nueva clase política y el empresariado post dictadura de cada provincia patagónica se fueron sumando en los 90 en gran número a la lista de clientes. “Estábamos en un encuentro empresarial en Neuquén hace unos años y al terminar, alguien de la misma organización nos ofreció a cada uno una chica después de la cena: están limpitas, ¡nos aclararon!”, recuerda un destacado periodista neuquino. Desde que comenzó el boom de Vaca Muerta la policía y los servicios sanitarios han descubierto un marcado aumento de envíos de cocaína y tránsito de prostitutas hacia las localidades cercanas al yacimiento. Una mujer joven y atractiva puede “levantar” 40 a 50 mil pesos por mes en Añelo (capital de Vaca Muerta). Pero vivirá en una constante situación de riesgo personal y gastará su propio dinero en altos alquileres y probablemente alcohol y drogas para sostener este duro tren de vida.
La población total de la Patagonia ronda 1.5 millón de habitantes. Estimaciones no oficiales, hechas a partir de la facturación probable de los principales locales del rubro en las ciudades del sur, indican que en la región se mueven entre US$ 25 y 30 millones al año en sexo. Esto sin contar el negocio paralelo del alcohol y el tráfico de drogas. Hay muchos hombres solos, dedicados a trabajos duros en los que se paga bien. Apenas uno de los elementos que contribuye a que la prostitución florezca.
La actividad ha protagonizado una llamativa transformación gracias a Internet. Mujeres de todo el continente comenzaron a “bajar” a la Patagonia. El circuito habitual arranca en Colombia, República Dominicana, Brasil o Paraguay para luego hacer pie en Santiago de Chile y Buenos Aires. A partir de allí, las mujeres se van distribuyendo por el sur. A las argentinas se sumaron las caribeñas de cuerpos esculturales que pusieron las tarifas un escalón por encima de lo acostumbrado. “Las negritas cambiaron este negocio. Los hombres acá nunca habían visto una mujer con esa piel y esas curvas. La primera que trabajó conmigo fue sensación. Había una cola de hombres esperando su turno”, recuerda Vilma. De eso hace unos 20 años.
En las localidades patagónicas de más de 150 mil habitantes en promedio se pueden encontrar alrededor de 100 prostitutas trabajando a tiempo completo. En Bariloche hay una subpágina del sitio Lo Canto en el cual promedian las 200 ofertas de sexo pago. “Esto da dinero, ¿dónde voy a ganar dinero como acá?”, dice con lógica brutal una morocha argentina. Pero la noche es peligrosa. No pocas de estas mujeres se asocian a un hombre que termina siendo su explotador. En el Bariloche Center, uno de los edificios más grandes de la zona, hay decenas de departamentos en donde las prostitutas reciben a sus clientes captados en los sitios webs. “El sexo se ha vuelto caro, antes era la copa, el sexo, la charla. Ahora alcanza para el sexo”, dice Osvaldo, un habitué de los prostíbulos.
Las tarifas en Patagonia promedian los 500 pesos, la media hora, y entre los 700 y 1000, la hora. Pero las chicas VIP cobran 2000 pesos y más. “Yo le mando plata a mis chicos, les compro cosas, para estas navidades les mandé celulares”, cuenta una prostituta que visita un local de electrodomésticos. “Muchas de estas mujeres viajan con papeles falsos. Hay un buen número con antecedentes penales. Su situación es muy precaria”, explica Rafael, un abogado chileno que ha asesorado a prostitutas acerca de sus derechos. En Chile la legislación exhibe lagunas que benefician la actividad. Una empresaria como Doña Vilma puede contratar a una joven para que trabaje de “moza” pero la chica tiene el derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo. Y el sexo ocurre en la habitación donde vive, provista por la misma persona que le paga un salario mensual simbólico.
En la Argentina este “truco” ha sido sacado del medio prohibiendo los locales nocturnos. Pero la prostitución se ejerce en departamentos, automóviles o en los propios hogares de los interesados. En Río Negro, el grupo de ayuda “El Galpón”, perteneciente al hospital Artémides Zatti de Viedma, denunció que la Ley de Prohibición de cabarets en la provincia fue contraproducente. “Aumentó la clandestinidad y disminuyó la posibilidad de mantener un contacto y control sanitario con quienes ejercen la prostitución”, aseguró su coordinadora, Nelly Costa, generando la polémica en la provincia. “Se terminaron los cabarets pero todo sigue en algún otro lado”, cuenta Trucha, uno de los travestis que actuaba en un local de Río Turbio. “Yo en mi show hacía a la Rocío Durcal, a la Paloma San Basilio, ¡me salían divinas!”, cuenta el artista prostibulario que hoy trabaja en una panadería.
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